Semana Santa de Body art

Esta semana santa la he dedicado a la huerta. Bueno, casi toda…
El lunes recibí la llamada de un compañero de la facultad que andaba en un proyecto arriesgado.
-Navarro, sólo me quedas tú, necesito que me eches una mano.
-Verás Ramón estoy en el campo y ya sabes que yo de restauración poca cosa.-Ramón había terminado la especialidad de restauración en la facultad.
-Ah no, no. Ya no me dedico a eso. Precisamente a raíz de tener que restaurar una obra de Body art mi vida ha cambiado,  ahora le doy al Body.
-¿Ramón? La línea debe estar mal, no entiendo bien lo que dices.
-Digo, que Marina Abramovik , tras una de sus performances en las que se hacía rajitas con un cuter en el culo quiso ser “restaurada” y no “curada”, pues insistía en que era una obra de arte.
-Ah
-Así que tras estucarle el culo y como ya teníamos confianza me tomó como acólito
-Ya veo, ah…
-Así que al poco, me salió un coleccionista suizo que empezó a comprar mi serie de botes de orina de ebrio.
-Oh
-Me los paga  a 6000 el bote
-¡Coño!
-Bueno, hay que emborracharse primero y a veces no atino en el bote
-Ah
-El caso es que mi endocrino me ha prohibido terminantemente el alcohol.
-Normal, ¿Y ahora que haces?
-Pues a eso iba, estoy en una nueva serie. Hago exhibicionismo delante de los moteros que paran en el puerto de los leones.
-¡Ostras… Y que coño colecciona el suizo!
-Verás, los moteros suelen arrojarme cosas, sobre todo cuando me acerco a sus motos o a sus mujeres. El coleccionista se queda con lo que puedo recoger en mi huida, esa gente es muy bestia. Básicamente necesito fotografías que autentifiquen el material ¿Me sigues?
En resumen. Con un tele objetivo y subido a una loma me aposté para tirar las fotos, mientras que Ramón, con un par de cojones y una gabardina se acercaba a los moteros.
A una distancia de unos diez metros y mientras chispeaba, Ramón se abrió la gabardina ante un grupeto no muy numeroso. Al principio hasta se rieron amistosamente, eso hasta que empezó a mear en el carenado de una Kawasaki.
Los moteros se lo tomaron bastante mal, pero uno en concreto se transmutó en la niña del exorcista. Las blasfemias se oían desde mi puesto de franco tirador.
Poco después empezó la lluvia de piedras, y ver a Ramón recibiendo mientras se afanaba por recoger los proyectiles con la minga al aire resultaba como mínimo incómodo.
La cosa se empezó a poner verdaderamente fea cuando los “Hell Angels” de Torrelodones arrancaron sus motos para ir tras él.
A Ramón le salvó un primitivo instinto de supervivencia. Se arrojó por el despeñadero hasta rodar a una hondonada. Quedó tan malherido que los propios moteros huyeron pensando que estaba muerto y que les acusarían por ello.
Ya en la ambulancia, con la cabeza que parecía una berenjena me miró y me dijo.
-Me cambio de endocrino.