Tenía un amigo artista, el pobre se estaba muriendo de un cáncer de colon. Se enteró por teléfono y le entró un ataque de histeria. Se desnudó en el ascensor, salió a gritando como un poseso y se arrojó al puerto con intenciones suicidas. Aun me pregunto por qué no se tiraría vestido. Ahogarse no se ahogó, pero a los tres días yacía difunto en el tanatorio de Alicante intoxicado por las aguas bravas.
En el intervalo yo le llamé un par de veces para consolarle:
-No es para tanto macho, solo te estás muriendo. Peor sería que fueras un preso político chino y te royeran las uñas hasta el hueso. Además no eres malo, seguro que irás al cielo.
-Vete a la mierda-me decía con un hilito de voz.
Ramiro era un sofista bastante degenerado, muy simpático si lo pillabas de buenas, pero por lo demás digno hijo de su generación.
Fue un autor críptico, lleno de sí. Su obra se centraba en el veto al profano separándose del mundo. Su retiro patricio y cursi no le conllevó la gloria, (que por otro lado había desistido en alcanzar, aunque no así las remuneraciones en metálico, claro) y lo que es peor, era el síntoma de un cáncer de colon, no solo en su intestino grueso, también en occidente.
La falta de fe llega a lo más elemental, incluida la fe en los hombres y por supuesto en la democracia. Secesiones, nacionalismos, populismos, son caras de un problema más profundo relacionado con la falta de grandes ideales.
Sea tarde o no para solucionarlo no hay otra medida que esperar que así sea.
Cualquier cosa antes que arrojarse al puerto.