Allanamiento

Queridos todos,
Observo con consternación como la decadencia se enquista en todos y cada uno de los estratos de la sociedad. Paso a relataros un suceso, no de primera mano sino en primera persona.
Os sitúo en antecedentes.
Hace unos años cuando yo era un pimpollo casi soltero, unos malandrines adictos a la heroína, robaron el coche que gastaba por entonces, lleno hasta el techo con mis cuadros de la facultad. A las tres semanas y después del primer disgusto, encontraron el coche y me disgusté de nuevo. ¿Y por qué me iba a disgustar si lo encontraron? Os preguntaréis.
El caco, de entre todas las joyas que ese vehículo escondía,  sólo encontró valiosa una cámara HP de 2 megapixel que me habían regalado mis íntimos el día de mi santo y cuyo valor sentimental superaba con creces al material, dejando intactas el resto de obras de arte.




Eso fue, sin duda, un insulto a mi talento.
Estando ya sobre aviso sin embargo dejé el agua correr.
Desgraciadamente años después he vuelto a sufrir un ataque a mi propiedad y mi talento. Entraron los rufianes, esta vez, en la casa de la sierra donde guardo mis obras de primera época. Pasaron por allí como un fantasma, dejando intacta la colección de amplio repertorio con calidad, de sugerentes escenas.
¿Es que no hay amor por la belleza?-me pregunto
¡Que desconsideración! ¿Qué les habría costado a esos ladronzuelos llevarse al menos un cuadrito pequeño? De esa manera habrían zanjado una deuda conmigo, con el arte y con la historia, restando alguna de las deudas adquiridas por sus malos usos y allanamientos. Además, muy probablemente podrían haber vendido su botín por mil veces su valor años más tarde.
Como os decía al principio, observo con consternación como la decadencia moral y estética, campa como el Cid por los campos de Castilla, Incluido el honrado gremio del crimen.