aquel año que estuvimos en guerra

Yo bajaba hasta “Diego de León” con mi monopatín rosa, donde nos reuníamos el pelotón con el sargento. Era muy estricto, pero tenía un corazón de oro, nos gritaba mucho si no cruzábamos cogidos de la mano y esperando a que el tráfico se parara. Nos decía:

-Lo hago por vuestro bien hijos de puta, ¿Qué haréis si me pegan un tiro?

En el metro las muchachas miraban nuestros uniformes con ardor y alguna que otra nos mandaba fotos picantes por bluetooht para la soledad del frente. Antes de bajarnos en Moncloa a nuestros puestos nos íbamos a la cafetería galaxia a tomar chocolate con churros a pesar de las advertencias del sargento que se ablandaba pensando que podía ser nuestro último desayuno. Nos tenía prohibido el tabaco.

-Que nos mate el enemigo, coño.- Solía decir

Yo estaba destinado en la brigada plástica. Me encargaba de retratar el heroísmo guerrero. Cuando llegaba la hora de atacar salía el primero de la trinchera. En general el enemigo respetaba la boina roja, los mostachos y el blusón igual que los brazaletes del cuerpo de la cruz roja y el sombrerito con la libreta de los reporteros de MARCA.

En realidad, era muy difícil acertar al adversario, aquello estaba lleno de universitarios de botellón interponiéndose entre nosotros. Dispararle por error a uno de ellos era la ruina para cualquier bando en forma de indemnizaciones y empobrecimiento de imagen.

Casi siempre intentábamos tomar la trinchera enemiga a la bayoneta, pero con los constantes cambios en el rectorado, las actualizaciones de Bolonia, la reestructuración del temario y los cierres al tráfico por contaminación, la mayor parte de las veces no nos encontrábamos con el enemigo.

Cuando esto sucedía me solía llamar el general para retratar a su mujer o a su perro Toby.

La paz llegó tras la inesperada carga de chicas en toples la víspera de San Juan. La rendición fue incondicional y a mí no me fusilaron por daltónico, supusieron que era un espía infiltrado que estaba saboteando la moral enemiga.

Me licencié sin honores y de vuelta a la vida civil abrí una academia de pintura castrense.

Con marcialidad les decía:

– ¡Como Velázquez, coñe!

-¡¡Si señor!!- Y lo hacían clavadito

Varios de mis alumnos ganaron los premios de flexiones y abdominadas de la comunidad de Madrid.

 

Os quiere, vuestro chico trabajador

 

mindi contra la herejia

La guerra es muy rara pero amena, entre marchas, bajas por ciática y asedios se le pasa a uno el tiempo volando. En la retaguardia, en cambio, las mujeres y los niños se aburren como ostras. Por cierto, esta bella estampita se expondrá mañana en Miami.

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