ARCO 013 (conclusiones)

Queridos todos.
La semana de las ferias ya ha pasado y es hora de echar cuentas sobre lo que ha ocurrido.
Hace años que conocía la leyenda esa, de que los grandes coleccionistas compraban las obras por las que suspiraban antes de que se abriera la feria.
No os voy a decir cómo pero me las arreglé para conseguir un pase de prensa y aparecer un día antes de la apertura a profesionales.
Aparqué mi cafetera a una distancia prudencial y me introduje en ARCO malévolamente.
Los galeristas se afanaban sudorosos por terminar sus stands y las naves 8 y 10 rebosaban de operarios, maquinaria industrial y embalajes que en ocasiones se confundían con las propias obras.
Hecho un pimpollo, primorosamente vestido y perfumado conseguí el efecto de coleccionista excéntrico gracias a mi barba rala y larga.
Los ánimos eran sombríos. Grupetos de fantasmas cuchicheaban por las esquinas sobre el número 21. A la misma mirada se disolvían como el humo y volvían ceñudos a la labor del cuelgue y montaje.
No es vanidad, pero mi ágil figura saltando papel de burbujas era el objeto de las miradas ansiosas de los presentes. Es cierto que yo me contoneaba, enseñaba las piernas y fingía que hablaba por el móvil con Chicago. La chaqueta de cuadros revoloteaba con mis cambios de ritmo y una vez que se elevó algo más de lo normal fue demasiado para un galerista de Frankfurt que perdió el sentido.
Cuando a los tres cuartos de hora, sabía que tenía pendiente a ARCO de mis deambuleos comencé con el segundo acto.
-¡Ahrg!- grité al pie de una montañita de cartón, pompas de plástico y listones de madera que debían haber encerrado una obra de arte hecha de conglomerado de madera y arena de playa. Me dirigí hacia allí porque era una de las galerías españolas más importantes, madrileña por cierto, ¡no digo más!.
La galerista estaba especialmente receptiva y según me vio extasiarme se abalanzó sobre mí para redirigir mi mirada hacia la obra en cuestión.
Duro de roer, no cedí un centímetro.
-¿Cuánto cuesta…?-Yo señalaba inequívocamente el embalaje. La mujer paralizada.
-¡Eh!, es que…
-Represento a un importante coleccionista de Chicago, estoy dispuesto a pagarle seiscientos mil euros por esta pieza- Pude oír como se le helaba la sangre
-¡Oh, Dios mío!-Dijo con gran estupor-Eso es el embalaje de esta pieza.-Mientras señalaba al conglomerado con arena
-Eso no vale gran cosa, sin embargo la persona que ha creado esto otro, está dotada de un sentido del espacio y la arquitectura auténticamente fluidos. Lo deseo…
En fin, no voy a aburriros. Os diré que la galerista se apresuró a encontrar al operario de la empresa SIT y ficharle para la plantilla de artistas de la galería. El hombre, a la par sorprendido y encantado de su buena fortuna, adquirió rápidamente un aura artística.
No fue hasta que estábamos a punto de consumar la venta cuando confesé que simplemente estaba en plan performance indagando hasta donde se podía llegar por pasta.
Cuando la galerista agarró la obra de arte echa de conglomerado y me la lanzó con asombrosa puntería, supe que era el momento de evacuar cagando leches. Mis largos años de deporte profesional me dieron una ventaja decisiva en el campo de vallas de ARCO. El galerista de Frankfurt se recuperó del vahído para verme pasar como un ángel y volver a los brazos de Morfeo.
Para el año que viene voy con bigote.