Bendita estupidez

Queridos amigos, hay una falsa creencia bastante extendida que atribuye a los artistas gran inteligencia y talento. Nada más lejos de la realidad.

Un antiguo colega de profesión se estrangulo a si mismo abrochándose la camisa, otro perdió la mano derecha buscando una lentilla y es legendario el caso de Antoni Tapies que invento el informalismo tras una sesión en la que se le quedaron pegados por accidente a una madera, los zapatos, la gabardina y unos guantes. Salió a la calle descalzo y desconcertado hasta que le acogió un amable peluquero de la calle Mallorca, que le cambio el look dotándole de su ya renombrado cardado a lo Liz Taylor. Es decir, una potra descomunal.

Hay ciertos agentes artísticos, como los comisarios, los marchantes o los galeristas en los que se aprecian rasgos inteligentes y logran sobreponerse al desconcierto generando pingües beneficios ocasionalmente.

Obviando estas excepciones, el público no especializado debería sospechar de un ejército de personas que escoge un camino existencial plagado de penurias, estrecheces y sinsabores. Una profesión la del del arte que salvo por inaudita carambola ni siquiera llega a reconocerse. Pues bien, como decía, el público debería sospechar de la falta de inteligencia de estos individuos, a los que se les suele llamar artistas.

Los superdotados nunca son artistas. Suelen ser oficinistas, apicultores y alguno que otro, coleccionista de arte. Un superdotado llega pronto a la conclusión de que no merece la pena deslomarse absurdamente con quimeras y que es posible a través de unos razonables ingresos y un gusto frugal salpicado con pequeños caprichos vivir como un señor de Murcia. Y morir viejo y sano.

Si fuera por los superdotados seguiríamos en el neolítico, sin duda, puesto que ningún superdotado se estrujaría los sesos para inventar la rueda pudiendo convencer a un tercero de que le llevara los bultos.

Es esa estupidez, que en los foros intelectuales y de manera rimbombante se conoce como obsesión, lo que empuja a un montón de idiotas a experimentar, me atrevería a decir, de forma casi aleatoria. Esto permite que en ocasiones muy raras aparezca la magia y surja una cosa nueva y a veces hasta buena.

Sin miedo a equivocarme diré que es la falta de talento e inteligencia la que mueve el mundo.

Bendita estupidez.

Delirio o ensoñación recurrente en el que la ciudad de Madrid se rinde a mi talento y me encumbra como hijo predilecto y marqués de la movida

Delirio o ensoñación recurrente en el que la ciudad de Madrid se rinde a mi talento y me encumbra como hijo predilecto y marqués de la movida

 

 

 

El cardaito legendario de Antoni

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