Bocata de calamares

Queridos amigos

Anteayer fui a recoger al aeropuerto a un reconocido dramaturgo belga. Nuestra amistad se remonta a una visita guiada por el museo de Victor Hugo. El museo de Victor Hugo en Paris es un magnífico lugar para encontrarse con artistas e intelectuales porque es gratis y te dejan usar el baño. Rompimos el hielo ante un jarrón lacado con la estampa de un jardín de cerezos donde un escriba sostiene la mirada a un enorme gong. El orientalismo tuvo un ascendente nocivo sobre los escritores y pintores de aquella época que decoraron sus hogares con una estética poligonera cuyo deplorable devenir consumó el difunto y hortera de Bigas Luna, en paz descanse. El por aquel entonces aspirante a escenógrafo se había establecido en una caja de cartón al pie del museo y se movía por sus habitaciones con un aire familiar en cuanto lo abría el bedel. Yo deambulaba por París tras unas atroces pérdidas en la bolsa y me sinceraba con cualquiera explicándole mis más íntimos anhelos y aspiraciones artísticas como mi falta de liquidez. Luego pedía una limosna para comprarme una lata de caviar, del que sigo siendo adicto.

Mi lamento estimuló la fraternidad de mi colega que sin demasiados preámbulos intentó meterme mano. Tras una galante pero firme negativa me condujo al archivo del museo, que la dejadez del personal tenía sin vigilancia, puso en mis manos un manuscrito de “Claude Gueux” y me dijo:

-Come. La celulosa no se digiere pero te llenará la barriga. Además estas hojas están tan sobadas que la grasa ha dejado sus páginas trasparentosas, eso si no te mata alimenta. Recientes estudios han demostrado que V. H compraba una tinta destilada del queso azul con importantes cualidades antibióticas. Es lo que yo llamo una comida completa.

Nuestros caminos se separaron pero continuamos una intensa relación epistolar que yo remití durante años al Museo de Víctor Hugo.

Como es un belga rencoroso le gusta venirse todos los dos de mayo a celebrar el principio del fin del imperio napoleónico. Nos vamos a los antiguos cuarteles de Chamberí, ahora Conde Duque, y en un bar que hay enfrente nos pedimos un bocata de calamares y un vino tinto.

Seguramente estéis desconcertados por la falta de moraleja de está digresión. Quizás es que no la hay. Los artistas brotan de los callejones oscuros, de los puertos de mar, de las fiestas nacionales y de las mansiones y el lujo o la marginalidad recalcitrante. Los artistas apostatan heroicamente en el lecho de muerte, se empecinan en detalles sin importancia y refinan el gusto hasta convertirlo en norma. Venden a sus amistades por unas monedas y defienden el cadáver de sus enemigos frente a los buitres.

A modo de resumen diría que el arte está más cerca de un bocata de calamares que de una beca Fullbright.

Por ahora nada más. Ya veremos de qué humor me levanto el próximo domingo.

Os quiere, vuestro chico trabajador.

Napoleón

Interno del psiquiátrico de ciempozuelos interpretando a napoleón bonaparte en la función de navidad

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En el saloncito el susodicho jarrón