Como engañar a un gato con el truco de la levitación

Hay un artista genial que tiene el taller en López de Hoyos. Sito en suelo industrial y sin cédula de habitabilidad, no obstante, hace las veces de vivienda, y lo que por la mañana es un hervidero de creatividad plástica, por las tardes, con la ayuda del práctico mobiliario de IKEA, se transforma en un cuco living con sofá cama. Fuma tanto que en vez de pulmones tiene dos bolsas de basura y cuando recibe emerge de un puré de guisantes tan tóxico que los chicos del gueto meten allí las cabezas para acabar con los piojos.

Ese es el modo trasgresor en que viven los divorciados y los alcohólicos.

Ya quedan pocos hombres así, son los rescoldos del romanticismo antiguo: nihilista, apasionado y conmovedor.

En general nuestras mujeres han dejado de parir oficiales de caballería para alumbrar agentes de turismo, camareros y reponedores de Carrefour, que revitalizan la decadencia de las antiguas potencias gracias al sector secundario, pescando divisas extranjeras de nuevos ricos en periodo vacacional.

Este artista de morfología sanguínea y con claros signos de dispepsia vive con un gato, muy viejo, que lleva puesta la piel del diablo. Se odian sin hipocresías y con violencia. Alguna vez me los he encontrado enganchados, hechos un amasijo de pelo y uñas a los que solo se les podía separar con un trinchador.

Seguramente lo habría envenenado hace años de no creer por un lado que cuando bebe mucho es capaz de levitar, me refiero al artista no al gato, y por otro que el gato ha sido el único testigo de este prodigio.

Las levitaciones aunque raras se recogen al menos en media docena de individuos desde Abraham a nuestros días.

Cuando le saco este tema y le pido que levite un poquito se enfurece sobremanera e intenta estrangularme. Deduzco que se siente frustrado por no poder ejercitarse a voluntad, considerando esta petición un insulto consciente e inaceptable. La pelea aunque feroz suele durar poco. Su alcoholismo terminal le ha destruido la memoria a corto plazo, olvidándose de la razón por la que forcejeaba a los pocos minutos. En bastantes ocasiones ha llegado a creer que se encontraba en unos preliminares sexuales y entonces se excusa alabándome la musculatura pero confesándose impotente.

En los intermitentes episodios de lucidez, me explica que esclarecer el asunto de su levitación es irrelevante en comparación con su certeza de que puede levitar.

-Es condición del artista hacer y creer lo que le parece, incluso levitar- me cuenta a través de una nube de monóxido de carbono- También debe creer en el infierno. El infierno de los artistas no es la angustia, el dolor o el sufrimiento, es la irrelevancia.

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No es fácil engañar a un gato. Los gatos son listos como monos y aunque son suaves y a veces amistosos, están llenos de malicia y crueldad. A los pintores nos encanta ver, con satisfacción, como con velocidad felina el gato se abalanza sobre nuestras falsas ratas pintadas, o nuestros bodegones contemporáneos. Nos reímos tan fuerte de su ingenuidad que las paredes de los estudios retumban hasta tirar de las camas a los vecinos y desconchar la pintura de sus techos en copitos de postmodernidad. El gato asustado permanece un rato poseído por Bruce Lee o por una sirena de bomberos. (pintura en proceso)