Crónicas desde el Pélinor
Un indigente arrugado toma un baño medicinal de luz ante el rótulo del Pélinor. Hostal dos estrellas, servicio de habitaciones y buffet desayuno. Los bajos rítmicos y la vibración de los cristales delatan la fiesta en curso.
De puertas adentro el recepcionista ignora la orgía con profesional desidia. Los hermanos rotarios habían contratado el servicio de azafatas desde Luxenburgo a través de una agencia de viajes. Antes han estado tomando decisiones sobre el desarrollo de la tercera fase de su introducción en el mercado del arte. Una vez resuelto el tema se han abandonado a al frenesí de la música tecno y los tocamientos.
Yo de incógnito, de la mano sudada de un protésico de Gijón castañeando los dientes. A él le contrataron para sacar los moldes y se encontró con un repertorio de indecencias muy por encima de las expectativas de su moralidad. Me miraba con aprensión pero no desasía mi mano, mejor la mano que otra cosa. Yo por mi parte dispuesto a llegar al final del asunto.
En un par de ocasiones, un maromo con látigo y tachuelas se sintió estimulado por la extraña pareja que formábamos. Tratando de que no me temblara la voz le dije altivo:
-A mi tito solo le gusta mirar
Abandonamos el Pélinor con olor a gimnasio dejando atrás media docena de salidos sin rango en el organigrama y todo el pescado vendido. Al salir el protésico se quedó mirándome como un perro apaleado. No le dejé darme las gracias.
-¡Corre capullo!-le despabilé
Salió corriendo con una cojera que me partió el alma, luego pedí un taxi al aeropuerto con la certeza de cuál será la próxima sensación en el mundo del arte:
“Imanes para la nevera con el facsímil de la oreja de Van Gogh”
En el Pelinor un teléfono suena,
Es el servicio despertador,
Recién casados certifican su matrimonio ante Dios.
Arte con calificación dos estrellas.