El diálogo interior

Suelo entrevistarme un par de veces a la semana, por lo menos. La entrevista me viene a traición, en el lugar más inverosímil, como el metro, la ducha o en misa. Me contesto  sin pudor  por el miedo que puedan sentir las señoras mayores que me ven hablando solo.
-¿Usted, un hombre self-made, sigue conservando la frescura de sus primeros trabajos como se consigue esto?-No puedo evitar ponerme extremadamente pedante.
-Gracias Mike.-Estoy en la BBC y comprando la fruta, las dos cosas a la vez.- La clave de mi frescura es que pinto en pelotas-El estudio de la BBC se viene abajo con mi agilidad mental mientras  en la frutería miro cómplicemente a una sandía.
Al principio me avergonzaba de ese intenso diálogo interior y trataba de ocultarlo a mis amistades y conocidos. No tardé demasiado en ceder ante mi espíritu imperativo. Me contesto y pregunto absolutamente de todo.
Y no me limito a eso. Doy conferencias ante importantes auditorios como los Nóbel y la Bienal de Venecia. Tengo delirantes fantasías  con la reina Sofía, por la que soy recibido a la hora de merendar y le muestro mi profundo afecto. Casi siempre termino explicándole el cuadro que les voy a pintar a ella  y a su familia en un camping de Gandía, tomando tortilla y aceitunas como cualquier dominguero. Nos partimos de la risa.
En general convivo bien con está bi-personalidad, me gusto y me llevo bastante bien conmigo mismo. Sin embargo hay días especiales. Esos días me da por tocarme las narices, y me saco recuerditos poco agradables.
-¿Te acuerdas cuando se te escapó un pedo delante de esos coleccionistas de Sunset Boulevard?
-¡Coño, puta!-Me sale del alma a grito pelao.
Una cosa es que se te escape un susurro o una risita en un momento dado y otra muy diferente es que grites “coño y puta” en un autobús de la madrileña EMT.
Estos no son los mejores días para que yo me muestre al mundo. Lo que suelo hacer es quedarme en el estudio gritando “coño y puta”. Mi vecino es claramente el mayor perjudicado por mis días especiales. He decidido no explicarle nada, no sabría por donde empezar. En fin, estos días son los menos, y las ventajas de una extensísima entrevista, que se prolonga más de veinte años, son innumerables.
En uno de mis días chispeantes podría partirle la cara dialéctica a Demóstenes.