El primer domingo de cada mes suelo ir a misa a una capillita en la carretera de la Coruña. Está a ciento cincuenta metros del Afrodita, en un pequeño repecho que domina el Landscape madrileño y gran parte de la casa de campo, donde los amantes del ciclismo travesía y la prostitución encuentran su Disneyworld.
Acompaño a un venerable artista que lleva años trabajando por la zona. Señaliza con pintura de colores y ciertos símbolos, todo lo que ocurre en esa parte de Madrid. No se limita solo a señalar las rutas de la prostitución, también lo hace con las querencias de los Corzos, los bañaderos de los jabalíes, las madrigueras de los conejos y los tejones, señaliza los árboles que moran las ardillas, los cucos o los mirlos.
Él llama a eso el dibujo comprensivo.
Aduce que la potencia industrial y la circunstancia de nuestra modernidad nos ha impulsado con eficiencia a un materialismo atroz obsesionado con la forma. De tal manera que si un artista quiere dibujar una persona o una calle es muy probable que coja una foto y la reproduzca, sin obligarse a entender realmente que es lo que ocurre en el mundo. Esto no solo ocurre con infinitud de pintores figurativos, la tendencia está presente en cualquier disciplina artística, en la redundancia conceptual, en las manufacturas industriales, en la delegación del trabajo y muy por encima de todo, en la militancia curricular, sinónimo de éxito.
A lo Focault, este amigo mío, se ha retirado al desierto del oeste, a ejercer el dibujo comprensivo y siempre que va a Misa pide lo mismo: Pobreza y Olvido