El método Stanislavski

Yo soy un pintor de método.

Los que conocéis mi pírrica carrera conoceréis el desvarío incongruente que ha ido llevando. Desde la política interna, el análisis del espíritu europeo, la metafísica y la espiritualidad y, ahora, el erotismo.

Lo que muchos no sabréis es que al seguir el método Stanislavsky me imbuyo de tal manera con el tema que estoy retratando que mi propia vida da un giro simétrico en esa dirección.

Fui un disidente en “Remontando el Ebro hasta Andorra”, un judío en “Pintura triste para música europea”, Un santo en “vida de santo” y ahora soy un depravado. Cosas del tema que me llevo entre manos.

Espero a Mindi detrás de las esquinas babeando y salto sorprendentemente cuando pasa y la pellizco el culo, y si no me rechaza con vehemencia y autoridad, empiezo a subirle la falda. Eso es lo que hice ayer en presencia de mi querida suegra, la cual se escandalizó sobremanera, cosa que me excito muchísimo e intenté profanarla, a mi suegra. Mindi tuvo que reducirme encendiendo y apagando las luces y lanzándome la jarra de agua fría de la nevera. Con mi desconcierto y a pesar de su reciente prótesis de rodilla consiguió alcanzar el ascensor. El domingo vamos a comer a su casa, mmm.

Creo que Mindi considera que todo esto tiene un lado positivo pero que en general es excesivo. Así que el otro día cuando me iba al estudio con la gabardina que me pongo últimamente me dio cincuenta euros y me dijo: “para que te diviertas” y me guiñó un ojo.

Todos los depravados somos iguales, no tenemos límites, siempre estamos intentando trasgredir la línea del bien para elevar nuestras cotas erógenas por encima del Everest. Así que me fui a una granja apícola y me compré las cinco gallinas más hermosas que tenían a disposición. Oh dios mío, tendríais que haberlas visto, que chicas tan coquetuelas, qué muslos, oh, qué pechugas.

Que sea un depravado no quiere decir que también sea un gentleman, a mí con estás cosas no me gusta correr. Cogí las gallinas, las metí en el coche y nos fuimos a alternar al Milford de Juan Bravo. Hubiéramos ido a Embassy, pero ya sabéis que lo han cerrado.

En el Milford saben muy bien de que van estas cosas. Los caballeros cultos y diletantes como yo se terminan por aburrir del día y día y sofistican sus placeres. Aquella mañana estaba el presidente del IBEX y su amada cabra, el socio fundador de Deloitte y su trío de ardillas traviesas, el marqués de Leguineche con su colección de pelos de coño sobre la barra, y desgraciadamente un importante tenista, del que no diré su nombre porque está casado, con su pastora alemana. Digo desgraciadamente porque cuando la pastora alemana vio a mis gallinas se abalanzó sobre ellas desnucándolas en un visto y no visto. A todos nos llenó de estupor el accidente, yo no quise ni oír hablar de la reposición pecuniaria que el famoso tenista me quería dar en compensación.

Acabamos todos como buenos amigos y nos fuimos de excursión a ver la berrea. La pelea ritual por ver quién es el macho dominante. Quien seguirá viviendo a través de su prole una vez muerto. Una espléndida batalla por la inmortalidad. Tánatos y Eros nuevamente.

Os desea ardientemente, Vuestro chico trabajador

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Me he comprado un caballo