El sentido de la vida


El otro día tuvimos uno de esos días de final de verano, crepuscular y melancólico donde los suspiros se te escapan sin querer. Nos fuimos al parque del “Buen Retiro”.
Allí fui espectador de una escena enternecedora a la par que instructiva.
El retiro es un lugar de excepcional interés para pasear con los niños, pues acerca a la naturaleza a nuestros púberes urbanitas desnaturalizados, y no me refiero sólo a la botánica.
Sé que me estoy yendo un poco por las ramas pero es necesario, continúo.
Una pareja debidamente tuneada, con tatuajes, gorras, oros y tangas y cosas así, se estaba dando el lote con un gusto y deleite envidiable. Efervescencia sin piso franco, sofocos, miradas tontas, suspiros y  desaliños. Esto era ya de por si enternecedor, pero es que un tercero terminaba el cuadro. Un sesetaymucho añero fumaba con el mismo deleite un pitillo mientras proyectaba una mirada torva, bizca y nostálgica a la pareja. La pareja sabida observada, ahondaba en el morbo plegando las carnes mutuas como si amasaran pan y devolvían al viejo con inesperada diversión sus miradas pillas. Éste, el viejo, aprovechaba para mirar un castaño que llamaba su  atención con el mismo furor que intermitencia.
Si hubiera tenido un caballete me hubiera puesto a pintar en ese mismo momento, aunque sospecho que no habría servido de mucho.
Los voyeurs no suelen posar para los artistas, en general las parejas efervescentes tampoco. Habría desalojado al personal solo con el traqueteo de los aparejos de pintura.
No hay que ser muy listo para saber en que estaba pensando todo el mundo en aquel momento y lugar, y tampoco mucho más para aventurar sus respectivos conceptos del sentido de la vida.


El sentido de la vida de un artista es el de convertirse en piedra. Dejar que el verde del musgo o el verdín del bronce le vayan dejando la superficie como un mapa, subido en un pedestal con una placa y unas fechas que marcan un intervalo de la historia.
Uno no se convierte en piedra así por las buenas. No sé puede pintar un cuadro que parece una foto, o enunciar una idea casi original, o investirse de contemporaneidad y pensar que por eso le plantarán a uno en la plaza de Colón, según el ánimo del alcalde en una parte u otra.

Sobre todas las cosas, un artista debe tener en algún sitio una buena historia, que ilumine al resto sobre el sentido de la vida.