Queridos amigos del gimnasio de López de Hoyos y resto de anfibios sudorosos.
He vuelto a mirar a la muerte a la cara. Anoche expulsé otra piedra de oxalato cálcico vía uretral. El dolor, que ya Cesar catalogó como el tercero peor, tras los ataques de trigémino y el parto (se ve que al magno cesar le dio el talento hasta parir) me ha hecho un hombre nuevo, lleno de pureza e incapaz de mentir.
Como si esto hubiera sido una señal, Esta última temporada le he dedicado tiempo a las galerías del doctor fourquet, conocido Urólogo que le extrajo una piedra de riñón desviada a Picasso del lóbulo occipital.
Lo que he visto por allí es desolador. Recuerda a los manuales conceptuales de los sesenta y setenta. Sin vergüenza ni remilgos las galerías presentan obras que intentan huir de toda manufactura, despojándose de todo lo que no sea concepto. Ah! Pero este concepto no es original, ante el estupor general se fusila una idea antigua confiando en la ignorancia.
Es decir, meter un objeto como una zapatilla o un ladrillo o un una lista de la compra en una urna, es el equivalente contemporáneo del icónico cuadro de un jarrón con flores.
Fotocopias, textos, espacios en blanco. Una neo academia conceptual, repleta de desidia, desde el artista hasta el coleccionista, si es que aún queda alguno.
El paroxismo de esa contradicción llega cuando una obra que no quiere serlo, se intenta vender en ocasiones, por un precio que permitiría a un padre de familia comprar dos monovolúmenes para llevar la familia a Alicante, perro y suegra inclusive.
Yo invito a cualquier amante del arte que si sienta el impulso de comprar un folio garabateado con la frase “soy un fracaso” con un dossier adjunto de cincuenta páginas de explicaciones que nunca leerá, proceda el mismo al ejercicio de fabricarse un facsímil con sus propias manos, verá la satisfacción que produce gastarse ese capital en marisco con los amigos. Sin embargo si siente que es demasiada la responsabilidad de estropear un par de folios antes de dar con la caligrafía adecuada, puede proceder a pagarle a algún escolar dotado en el dibujo y la falsificación de notas unos veinte euros, para que le ahorre el laborioso trabajo.
Siempre que escribo estas cosas me arrepiento. Sólo en estas ocasiones recibo las llamadas de coleccionistas, artistas y galeristas para retirarme una palabra que, por otro lado, me dirigían por primera vez.
Pero que le voy a hacer, mirar la muerte a la cara tiene estas cosas.
Se despide vuestro chico trabajador
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