Este mundo es vasto y sobrecogedor


El otro día me descubrí aterrado por las inmensas proporciones de un tren de cercanías. Intente fulminarlo con la mirada para deshacerme de esa visión opresora y lo único que conseguí a base de achinar los ojos fue que se me moviera un cálculo de riñón. Poco después invocaba a Fray Bartolomé de las Casas para que intercediera por mi ante el altísimo y permitiera que ese mismo tren me pasará por encima para liberarme del dolor atroz. Aunque rezo todos los días esta vez fue de urgencias.
Siempre he sido mucho del querer es poder, y fe no me ha faltado, aunque lo cierto es que la mayor parte de mis dichas me han sobrevenido una vez me reconocí incapaz de alcanzarlas, cuando me resigné.
Tras esos exitosos momentos de estupefacción, la mística se apodera de mi, y me reconozco como un  pelele en manos de Dios.



Esto tiene graves consecuencias sobre mi y mi arte.
Liberarme del éxito me ha colmado de felicidad, ya solo hay que hacer lo que hay que hacer.
No hay necesidad de correr, ni de vender, ni siquiera de vivir mucho tiempo… ¡Por supuesto no hace falta ganar premios!  Lo único que importa es darle algo nuevo al mundo que sea un pepino. Un pepino de tal calibre, que durante generaciones los artistas se conformen con aproximarte a ti aunque sea remotamente.
Hay una buena razón de que esto sea así y solo pueda ser así.
Sólo alguien que acepte que hay algo por encima de uno mismo es capaz de hacer algo que la mayoría, sujeta a la rueda de las cosas, no se atrevería ni a pensar.

Adoro la laxitud del verano