Fiestitas, trances mercantiles e inauguraciones I

La fiesta inaugural o inauguración  no es sólo un momento climático para el artista, lo es para todos.
Desde que existe la “Royal Academy of History”  la fiesta es un hito dentro de la investigación antropológica. Se han estudiado desde los antagónicos rituales del Hula hasta el Kaclash Inuit, relacionando estos estudios siempre con cuestiones de envergadura, como el gusto de los galeses por la sopa de almejas.  
El presentismo recién heredado, tópico de nuestra civilización anglófila deseosa de confort, está cambiando el sentido tradicional de la fiesta como una ceremonia con connotaciones más o menos trascendentes para convertirse en un fin en si misma.
Un hecho reciente tuvo efectos metabólicos sobre esta cuestión, tema protagonista de mis pensamientos.
Conseguí de las listas del colegio el nombre de un amigo, del que me enteré por un tercero que ejercía de parapsicólogo con titulación. Yo me había peleado recientemente con mi medium de cabecera, así que…
Con respecto a este compañero mío de clase, Mínguez, yo ya conocía sus cualidades. Su don se le reveló en clase de historia. Clavó un examen sobre el antiguo imperio romano siendo un autentico ignorante. Cuando le interrogamos a este respecto nos lo explicó. Había sido poseído por el espíritu del doctor Gregorio Marañón, al cual había desvelado de su sueño eterno con su pertinaz tontuna.
-Mínguez, te necesito. Estoy elaborando un estudio de campo sobre el materialismo en el arte  y  me tengo que llevar a Karl Marx a un par de inauguraciones.
-¡Uy, uy, eso no va a poder ser!
-¿Y eso?
-Mira, es que los ateos recalcitrantes llevan muy mal que se les ponga en evidencia, sacan el mal carácter y yo me puedo ver en la comisaría en un pis pas.
Conseguí que lo hiciera por cincuenta euros.
Mínguez era medio gilipollas pero no se había equivocado en nada con lo de la posesión de Marx.
Se puso como una furia cuando se dio cuenta de que vivía más allá de la muerte. Yo le pedí que se relajara, que cualquiera se podía equivocar. Sólo después de que me acertará en la frente con un ejemplar de “Das Kapital”, que Minguez utilizaba para elevar el televisor, pareció serenarse.
Estoy muy arrepentido de todo esto, por mucho que haya confirmado mis sospechas. Lo siento sobre todo por el pobre Minguez.
Una mente perspicaz como la de  Marx, se dio cuenta al primer vistazo, en la primera inauguración cool, del emporio capitalista que se había establecido en el  mundo del arte.
Antes de que pudiera darme cuenta, el cuerpo de Minguez aunque no su mente, se había desnudado y se había puesto a orinar en una de las piezas de un artista de vida económicamente desahogada.
El auditorio, pensando que era una performance, le rodeó con respetuoso silencio. Alucinado, en parte por la confusa respuesta a su agresión y en parte por su trauma post resurreccional, Minguez abofeteó a un crítico de tal modo que se le saltaron el tocado y los pendientes.
Poco después, el muy poseso, se iba en una lechera de la policía nacional.
Estoy desolado. Marx no quiere abandonar el cuerpo de Mínguez, dice que hay mucho por hacer y que por ahora no tiene más que ese cuerpo, por cochambroso que sea.
Mínguez está internado, evidentemente, con un cuadro esquizofrénico severo.
Le llevé un cura para que le exorcizara pero lo que hizo fue confesarse.
-La culpa es mía.- Decía- Yo les he convencido de que Dios no existe, que después de la muerte no hay nada y que trabajar aliena y claro, tonto el último, los ideales se conservan siempre que no sean un obstáculo ¡Me cago en Dio…!
-¡Hijo!
-Perdón padre, es la costumbre.
Haciendo amigos