Los rigores del camino del artista son exigentes. Un espectador poco diligente o distraído podría confundir sus ejercicios ascéticos con los de los santos. Conozco a una pareja de hermanos polacos que sobrevivieron a los rigores del año 98 chupándose los pies el uno al otro. La poca energía que obtenían de absorber la sustancia nutritiva de entre los dedos la dedicaban a la creación pura.
Pero no nos engañemos, la connivencia de la creación con el mecenazgo, el coleccionismo, las cotizaciones, las becas, los concursos, premios y talleres, las desgravaciones trimestrales de IVA, la venta online, el qué dirán de la crítica y, en general, con cuestiones que lejos de trascendentales están sujetas al frenesí y la finitud de la vida moderna convierten al artista, desde el punto de vista intelectual, en poco más que un contable, e infinitamente menos práctico.
La sociedad española, siempre sabia, ha sabido entender esto antes que los políticos, filósofos y sociólogos. El desinterés que muestra por los artistas, rayando en el desprecio, nos pone en nuestro sitio.
Con buen criterio, si por la sociedad fuera, pondría a toda esa panda de vagos que somos los artistas a picar piedra en Almería en agosto.
Cómo no va a pensar un señor o una señora, que bien se ganan el pan con el sudor de su frente, que los delirios de grandeza, los divismos, los caprichos, la insolencia y el superyó de los artistas se hubieran podido arreglar con una bofetada a tiempo.
Si al menos fuera como antes, que los artistas pintaban, dibujaban o esculpían, y cuando lo hacían, si querían pintar una mano se veía una mano y no una cosa extraña. Además escogían temas bonitos, como un prado con unas ovejas, o el Panteón de Roma, o unas ruinas en Venecia, o un martirio de un santo, o un caballo o un rey bonitos…
Ahora los artistas no trabajan, la mayor parte del tiempo andan mendigando para que les den dinero para pagar a un tercero que les fabrique lo que ellos, no saben, no pueden o simplemente nos les da la gana de hacer. Y sus intenciones lejos de elevarse hasta Dios se quedan muy por el camino, en un gramo de coca, un deportivo rojo y una villa en Capri. Además los temas que escogen son horrendos, procaces y casi nunca se escapa uno de una exposición sin ver un pito, un culo, una mancha de sangre o caca.
Una asquerosidad.
Fomentar el arte además de estúpido es un despilfarro. Nos deberían poner a todos, yo el primero, a vender chicles en tocha.
Os quiere, vuestro chico trabajador.