Queridos todos, el acrisolado mundo del arte contemporáneo no deja de mostrarme sus facetas más exuberantes.
No puedo omitir un reciente y crítico acontecimiento.
Estuve anteayer en una galería en donde un performer vestido de gallina hacia la puesta de sus huevos de colores, ante la extasiada mirada de su congregación. El clueco artista, oficiante de la ceremonia, dirigía a sus fieles en esta singular misa laica.
Esto no hizo sino retrotraerme a la que sin duda fue la misa laica más importante a la que he asistido. Fue hace unos años, con motivo de la inauguración de Photoespaña, no me acuerdo que edición. En el jardín botánico de Madrid había más autoridades, intelectuales y famosos que civiles rasos. Los especimenes animales eran de lo más selectos, la ex señora ministra de cultura, los excelentísimos señores jefes de patronato del museo patatín y patatán, super coleccionistas con la mítica visa negra (¿Existe realmente?), Anaut de “La fábrica”, artistas extranjeros de los top 100 y Almudena y yo.
Había copitas y canapés, aunque eso fue después de la ceremonia, claro.
Antes nos sentamos en unos bancos de piedra, desde los que se divisaba un pequeño altar donde tres campanas nos corregían con severidad cualquier aspaviento frívolo.
Compartimos banco con un ser de vestimenta infinita e inenarrable, los foulards se retorcían confundiéndose con anillos, uñas a la francesa, tocado con plumas, trenzas y qué sé yo que más.
Una magnífica artista, de la cual no recuerdo ni su nombre ni su procedencia iba a oficiar el acto.
Había desarrollado sus cualidades en el sutil y delicado mundo de la música minimalista.
Nuestro partner de banco ya sollozaba con la aparición de la artista.
Silencio opresor en el jardín botánico. Hasta los pajarillos estaban en mute.
-“Pong”-El pong de la campana cruzó el parque a la velocidad de match 1, mientras el personal trataba de digerir introspectivamente ese sonido que les había erizado el vello.
Yo sabía que me tenía que emocionar. Era el momento para hacerlo, el climax y lo di todo. Sin embargo algo no iba bien. No terminaba de cuajar. Así que me acordé de mi difunto y querido Canelo, can de idéntico color. Cuando estaba a punto de comulgar con la ex ministra y resto de seres superiores en el escalafón, nuestro partner se sorbió los mocos y me jodió el invento. La visión de ese ser extremo me bajo la libido artística. La subsiguiente media hora impregnada de cinco campanadas espaciadas en el tiempo, la pasé con sudores fríos para que no se me notara que era un ateo minimal ¡Me podían excomulgar plásticamente!
Cuando todo terminó aplaudí con fervor y galantemente cedí un tissou al de los foulares.
Dada nuestra economía, aprovechamos la coyuntura canapiense para irnos almorzados y atesorar en nuestras mentes la experiencia minimalista. Almudena me reprochó muy mucho que le pidiera a la artista un cd.
-¡Lo hice para quedar bien, coño!