Pasión de semana santa
No hay nada que me guste más que una imagen bajo palio. Éste es un fervor supersticioso que me conecta con el más allá a través de la ceremonia, no obstante hago esfuerzos por mantener los pies en la tierra y centrar mi devoción no por la imagen sino por la idea de bondad infinita que representan, clave del pensamiento social demócrata occidental y superior, con perdón.
Esta ha sido una semana santa benigna y soleada que me ha permitido desatar el “otro” ritual, con orígenes naturalistas, propio de las primeras religiones de culto al sol, la pintura del natural. Cuando me enfrento al natural veo la cara de Dios. Esta es la manera más sencilla de entender la ubicuidad.
En esto hay una componente genética seguro, pues soy la tercera generación de fervorosos pintores del natural, si bien puedo constatar que las costumbres han ido cambiando.
El abuelo Navarro fue una mente preclara que sacaba adelante sus acuarelas con el imprescindible material de cuatro sillas, una paleta, un maletín de pinturas y unos botes llenos de agua. Todos estos aperos los cargaba su prole mientras él ayudado de un bastón deambulaba por el campo hasta encontrar una vista a su gusto.
Con, Navarro II, las cosas cambiaron. Un hijo ya no era exactamente un esclavo, sin embargo el día a día de su educación recaía sobre las madres. Mi padre desaparecía sin dar demasiadas explicaciones, yo no supe de sus devaneos pictóricos hasta que me saqué el carné de conducir. Por esta razón se conoce a mi generación como la “X”, que estoy seguro proviene del cromosoma X que determina el sexo femenino.
Los padres contemporáneos somos multitarea, personalmente no hago más que consumar el ideal finlandés de padre de familia. Los niños vienen conmigo a todos lados y me dan el coñazo constantemente, especialmente cuando trato de dar un tono exacto en ese sin Dios en que se convierten los cuadros en algún momento. Además soy el que carga con todo, incluidas las motos de juguete, el cochecito de la niña o la espada laser. Cuando estoy trepando por un jaral, con treinta grados a la sombra, con Jimena llorando y el otro cagándose, con treinta kilos de escurridizos juguetes y otros materiales escurriéndoseme de las manos, pido contrito a nuestro Señor que me conceda la gracia de llevarme pronto a su gloria.
Respecto a esto puedo facilitaros un dato bastante significativo y que no tengo duda tiene que ver con este cambio de “Life Style”. Mi abuelo tuvo ocho hijos, mi padre cuatro y yo dos. No digo más