Saber morir

Queridas hordas cultas,

Antes que nada me gustaría anotar que la mayor importancia de estos documentos de hostigamiento contra cultural podrán ser contradichos por mí mismo en el momento que se me presente algún coleccionista alterado por el estado de sus inversiones con un cheque en blanco. En términos éticos diríamos “donde digo dije, digo Diego”, posteriormente me compro un loft en Malibú y a los que os sintáis engañados os invito a un arroz d´Alacant, y a los que no también.


Los artistas nos morimos de éxito.  El instinto de supervivencia y  la precaria inteligencia del ser humano suele engendrar un miedo atroz a la muerte. Esta pulsión antinatural, pues nada hay más natural y confirmado que la cita con la calva, es un motor creativo.


Os voy a contar como se muere un artista.




Cuando un artista se muere no se muere como los demás. Sigue respirando, charlando, dibujando pero… monta una fábrica de salchichas. El éxito ha llamado a sus puertas, le han puesto un cheque en blanco y un barco, que aunque en Guadalajara no le sirve de nada, tiene rayas azules.


Ya no le importan más que verbos terminados en  …llar …par …der. Empieza a donar grandes cantidades para la lucha contra el cáncer, la arterioesclerosis o cualquier otra enfermedad de la que sospeche que le puede tocar a él y se encarga de fabricar yenes suficientes como para estrenar equipación de esquí en agosto.


Siempre he pensado que hay que saber morir, con clase. Ya le he dicho a Mindi que cuando me muera quiero tener chofer.


-Todos tenemos chofer cuando nos morimos mi amor, estamos muertos sabes, te quitan todos los puntos


-Yo no querida, yo me voy a comprar un descapotable en el que solo quepamos tú y yo y la secretaria


-¿Secretaria?


-Bueno… eso ya lo discutiremos cuando me muera


-¿Y te queda mucho, es por organizarme?


-Lo antes posible querida…, lo antes posible.