Sobre el arte apropiacionista


Permitidme que os cuente la historia de mi bisabuelo Andrés de Gumiel y Cervera, con diferencia, el artista más de vanguardia que ha dado la familia y pionero en el arte apropiacionista.

    El señorito bisabuelo Andrés era un bicho. Esas cosas pasan, sobre todo, en las  familias en las que el pater familis se remonta  a lo largo de sus apellidos poniendo adjetivos esdrújulos.
Andrés reflexionaba acerca de la naturaleza sin la ayuda de tutor alguno y mantenía un criterio ético a mitad de camino entre la épica y la hípica.
La casa de Ávila estaba llena de gente antigua retratada. Había sido obligado a recordar  la vida y milagros de la tía urraca, el bisabuelo Leopoldo, o la tata Mª de las Mercedes.


Sin embargo en el día de su santo y sin sopesar el peligro de sus actos,   Andrés dijo


-¡Me cago en la leche, qué coñazo de día!-Y tomando un par de botes de titanlux iba a acometer un acto atroz de terrorismo familiar.

¿Por qué la Tata María de las Mercedes, a la que conocía fantásticamente bien de oídas  no le aparecía en su retrato nombre alguno?

Rojo bermellón y el nombre de la Tatabien grande. Verde hierba y unos bigotes para la Bisa, al tío Gustavo lo borramos directamente…


Irremediable fue la “poda” impuesta por el general.

De camino al internado mientras oía silbar a Julián al volante, el joven Andrés reivindicaba en lo más profundo de su interior, la absoluta e indiscutible mejora de la colección familiar.


-¡Cuando palme el viejo me la apropiaré!-grito súbitamente para gran susto de Julián, el chofer.

Espero que esta escalofriante crónica de arte apropiacionista no os disponga mal ante santos varones como los hermanos Chapman, con menos solera y gracia. 

Vuestro siempre

Íñigo