Queridos amigos y amantes del blitz,
Aprovechando la melancolía de la pascua navideña rescato para vosotros un pasaje de abrumadora belleza y del que los más avanzados obtendrán conclusiones definitivas para conformar su psique.
Me llevé a los niños a la última “sala X” que queda en Madrid, allá por la calle Carretas. Siempre que es navidad me gusta llevarlos al centro para que vean en la ambiente y la decoración ad hoc. En este caso además, veríamos una obra maestra en familia. Estaban reponiendo una pieza de un autor prácticamente desconocido incluso para los especialistas. Por lo que podía saber, se trataba de un filme de cuarenta minutos, donde dos viajantes de Huesca intentan cruzar distintas especies de animales con utensilios de cocina.
Este autor conceptual checo se dejó hasta el último céntimo en su obra dando un ejemplo de furor ético. Sólo al final recibió algo de reconocimiento. Un empresario de mazapanes consiguió que le concedieran la medalla de la ciudad de Zaragoza. Le dieron doscientas mil pesetas de la época para que se hiciera la boca, que el artista se gastó como era de esperar, en un nuevo filme de erotismo botánico, sin comparecer a su propio homenaje.
Para mi sorpresa los del cine vetaron la entrada de los niños. Tampoco tenía ganas de discutir, así que le pedí a una oriunda de Kampala que pasaba por allí, que si se podía llevar a los niños a tomar caldito a Lhardy mientras yo veía el peliculón. Los cuarenta eurazos que me pidió eran más o menos lo que me iba a costar pagarles a los niños la película y las palomitas.
Debería explicaros que las “salas X” son en esencia un lugar de encuentros gay. Hoy en día que la libertad sexual impera, los afines a este tipo de salas son unos nostálgicos amantes del vinghtage bastante tenaces. Me sentí como una doncella sin desflorar interrumpida del hilo de sus pensamientos por murmullos incompresibles. Apenas sí me pude enterar del argumento, pero me quedo para mi museo mental una escena donde un toro de lidia ofuscado por un tacto impúdico con un colador, embiste a uno de los viajantes de Huesca hasta lanzarlo por la ventana de un club de carretera.
En fin. Al salir me reencontré con la kampalesa y los niños en Lhardy, saldamos cuentas y nos fuimos a ver el belén del ayuntamiento.
Cuando volvimos a casa y le contamos a Mindi, que se había quedado con el nuevo en casa, nuestros planes navideños casi me estrangula.
¡Que difíciles son los caminos de la ultracultura!
Se despide navideño,
Vuestro chico trabajador